Tras un día de trabajo y familia, pocas cosas hay más placenteras antes de dormir que leer alguno de los libros que esperan su turno en la mesita de noche. De hecho, a pesar de los desvelos, el cansancio y lo absorbente que puede resultar la realización de una tesis doctoral —sobre todo cuando trabajas sobre algo que te apasiona y que, despertando tu curiosidad, te arrastra hasta la extenuación—, nunca he sido capaz de renunciar a las lecturas no académicas. La literatura forma parte esencial de mi existencia desde hace muchos años. ¿Acaso no son mi único legado material los volúmenes de mi biblioteca? Aunque los libros son objetos concretos, sus historias, los sentimientos que evocan en su interior, los millones de personajes que pululan por sus páginas… todo ello conforma un universo en expansión al que no he podido ni he querido renunciar a lo largo de los años. Mis mujeres de la Edad Media son generosas y me comparten. Saben que lo necesito para ser yo mismo. Además, muchas veces me comparten con varias historias al mismo tiempo. Sí. He de confesar que no soy de los que se conforman con un único libro en las horas de ansiedad lectora. Reconozco mi ambición y no puedo rechazar la oportunidad de simultanear varias lecturas a un tiempo. La vida es una sucesión de experiencias y escenas casi siempre fragmentarias que es necesario reconstruir al llegar la noche o al finalizar cada una de las etapas que nos vamos marcando. Para los libros quiero lo mismo. Quiero llevar el esfuerzo de reordenar las historias o el conjunto de historias que figuran en cada libro, porque cada uno es un mundo, diferente al resto, pero todos han de coexistir en mi caja de lecturas. Yo he de actuar como el agente que pone orden en el caos, como aquel que rememora la historia correcta y que deja en reposo la que no le pertenece en ese momento. Habitualmente, para cada situación y para cada estado de ánimo es necesario encontrar la historia adecuada. Sin embargo, a veces los libros llegan a nosotros por azar. Es por ello que no me asusto cuando, en medio de la noche, escucho que los libros de mi mesita de noche discuten entre ellos, se empujan y vociferan… De un modo u otro, cada uno de ellos —y no son pocos— intentan ganas posiciones aproximándose a mi almohada para convertirse en el siguiente elegido. También lo hacen cuando reposan en la estantería… Alguno siempre se adelanta unos milímetros rompiendo la línea del orden… Lo sé y, aún así, caigo en la trampa y lo selecciono a él. Hoy han ganado dos. Dos libros que, viéndolos uno al lado del otro, veo que tienen algunas cosas en común. Será por deformación profesional o por lo que sea, lo cierto es que me doy cuenta de que son dos libros escritos por mujeres, protagonizados en gran medida por mujeres y que, estoy convencido, la mayoría de la gente —incluidas las propias editoriales— pensaría que son obras para mujeres. Se trata de libros que entretienen y que, más que estimular el pensamiento, tienen la finalidad de entretener, evocar y recrear otras realidades. En este caso, realidades en gran medida históricas —¿de nuevo la deformación profesional?—. Estoy hablando de Las horas distantes de Kate Morton (Madrid, Suma de Letras, 2012) y Vino y miel de Myriam Chirousse (Madrid, Alfaguara, 2009). La primera de estas dos obras evoca parcialmente los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, mientras la segunda se enmarca en la época de la Revolución Francesa. Desde que tuve el placer de conocer los trabajos literarios y ensayísticos de Virginia Woolf, muchas veces me he preguntado si existe realmente una literatura propiamente femenina, bien por ser redactada por mujeres, bien por ser consumida de forma preferente por ellas. Si en ocasiones una respuesta afirmativa a este interrogante es considerado por muchas mujeres como algo positivo —permitiéndoles reivindicar la existencia de una identidad, de una esencia, propia de las mujeres—, a veces me pregunto si ello no resulta perturbador a un tiempo, al contribuir a perpetuar estereotipos de género crueles que no solo afectan a las mujeres, sino también a los hombres… ¿He de aceptar yo unas lecturas propias de hombres para hombres por ser hombre? ¿He de sentir que leer otro tipo de obras es transgredir lo que la sociedad espera de mí en función de mi sexo y, por tanto, exponerme a las críticas de los que no lo comprenden o no lo quieren comprender? Más allá de discusiones complejas sobre qué hay de biológico o de construcción social en lo masculino/femenino, creo cada día con más firmeza en la necesidad de deconstruir y, finalmente, destruir los géneros. Del mismo modo que considero que hay libros sencillos que pueden regalarnos momentos sumamente agradables, sin necesidad de buscar alteraciones del espíritu o del pensamiento, me gustaría creer que llegará el día en el que los libros no serán juzgados en base a prejuicios de género. Pero es posible que aún quede mucho tiempo para que en los vagones de tren y metro los hombres vayan con (falsas) “historias de mujeres” y las mujeres con (falsas) “historia de hombres”… Si lo logramos, seremos simplemente lectores en busca de historias que nos hagan disfrutar y, como lo haré yo hoy, lograremos tener un ratito agradable antes de que Morfeo acuda junto a nosotros… Lo que está claro es que, cuando este insigne invitado acuda esta noche a mi cuarto, los libros de mi mesita de noche podrán iniciar la discusión por saber cuál se colocará en el mejor lugar para ser seleccionado antes que los demás en la siguiente ocasión que desee continuar con mis lecturas, pero será una discusión en pie de igualdad; igualdad entre todos, sean libros escritos, protagonizados y dirigidos a hombres, sean libros escritos protagonizados y dirigidos a mujeres. Junto a mí, todos tienen una oportunidad.
Ya me están susurrando desde la mesita de noche...
Ya me están susurrando desde la mesita de noche...