Llega la Navidad y, sea por hábito, por un gesto de amistad, amor o gratitud, o por cualquier otro motivo, las casas se llenan de regalos. Los paquetes se acumulan en los sitios más insospechados hasta el momento en el que han de ser abiertos. Entonces, el sonido del papel de regalo roto inunda las casas casi al unísono. Sin embargo, en mi casa no me gusta que ello sea así.
Lejos estoy de querer abanderar una causa contra el consumo o contra la Navidad. Simplemente aplico un sentido práctico que tal vez debería reservar para otros momentos de mi vida. Pero ¡qué le vamos a hacer! Cuando los demás sueñan, yo estoy despierto; cuando los demás están atentos a la vida, yo me pierdo en ensoñaciones.
En todo caso, hoy quisiera hablarles de un «regalo estrella», un tipo de presente que se repite en casi todas las casas y que se presenta en distintas formas y para muy variados destinatarios. Me refiero al paquetito, habitualmente rectangular, que acoge en su seno un... (rashhh, rashhh, se abre el paquete)... LIBRO!!!
Es cierto que no son pocos los que intuyen el tipo de regalo nada más ver el paquete y que muchos de esos se alegran de que sea lo que han imaginado que sería. Ello es cierto. Entonces el sofá, la cama, una silla o simplemente el atril del cuerpo propio se convierten en escenarios de lectura.
Sin embargo, tampoco son pocos los que sentirán una punzada de desilusión. ¡Cuántos niños y niñas pensarán en lo triste de los regalos prácticos o «políticiamente correctos» frente a lo divertido de los regalos de algunas de sus amistades»! Y si solo lo pensasen los que no son adultos... Es por ello que, al poco de pasar las navidades, muchos de esos paquetes -tristemente desabrigados del papel de regalo, a veces olvidados durante un breve tiempo, o incluso magullados por el desdén de un poco cuidadoso trato- acaban en las tiendas de segunda mano y en las librerías de viejo. Casi podríamos hablar de libros «viejóvenes», aunque por respeto y amor hacia ellos, yo prefiero etiquetarlos como «libros dañados». El desprecio que sienten hacia ellos las personas que deberían amarlos y leerlos es como una daga que hiere, al igual daña el desprecio de una persona hacia otra.
Es entonces, pasadas ya las navidades -a veces uno, dos o tres meses después-, cuando inicio mi periplo salvador. Visito esos asilos, esos lugares del olvido, esas librerías que a veces se ocultan en estrechos bajos o calles perdidas. Me gusta entonces regalarme lo que en Navidad no he querido regalarme. Quiero ese libro con una dedicatoria especial, esa obrilla entregada con el mayor de los cariños y también el libro que fue adquirido en el apuro de salir del paso y recibido con un desinterés inmerecido. Quiero ver aquellos volúmenes para los que otros apenas han mirado. Quiero leer páginas que seguramente nunca se han separado unas de otras.
Me gustan los libros nuevos y relucientes, por supuesto. Se aceptan regalos nuevos y dedicados. También regalos de libros por compromiso o interesado. Por supuesto que si... Les dejaría aquí ahora mismo mi dirección postal (me la preguntan si me desean regalar un libro). Pero he de reconocer que la magia del libro que fue de otro, del libro regalado y despreciado, del «libro dañado», del libro que por casualidad llega a tus manos aunque en origen no era para ti... es una magia especial. Lo que en un principio podía ser un objeto donde lo fundamental era su contenido, sus páginas, sus mil historias, mantiene ese valor pero adquiere otro. Adquiere el valor de lo que circula, de lo que tienen una historia en si misma por contar... Porque esos «libros dañados» me cuentan historias. Las que en ellos escribieron sus autores y las que esos libros han vivido. En mi biblioteca todos los libros cuentan historias. Me las cuentan al leerlos, me las cuentan al verlos y tocarlos. Todos son fruto de un momento. Todos han tenido su propia historia. A todos quiero, a todos añoro.
A estas alturas, no pocos libros relucientes estarán ya empaquetados y listos para ser entregados. Algunos serán recibidos con ilusión y agrado. Pero otros -meu pobriños libros- están llamado a convertirse en libros despreciados y olvidados, en «libros dañados». Ojalá pueda rescataros a algunos. Ojalá pueda recibirlos y acogerlos.
Así que ya sabes... antes de despreciar un libro, de «dañarlo», escribe en su portada interior de quién vino y por qué no lo quieres y envíamelo... yo soy el amante de los «libros dañados»...
Lejos estoy de querer abanderar una causa contra el consumo o contra la Navidad. Simplemente aplico un sentido práctico que tal vez debería reservar para otros momentos de mi vida. Pero ¡qué le vamos a hacer! Cuando los demás sueñan, yo estoy despierto; cuando los demás están atentos a la vida, yo me pierdo en ensoñaciones.
En todo caso, hoy quisiera hablarles de un «regalo estrella», un tipo de presente que se repite en casi todas las casas y que se presenta en distintas formas y para muy variados destinatarios. Me refiero al paquetito, habitualmente rectangular, que acoge en su seno un... (rashhh, rashhh, se abre el paquete)... LIBRO!!!
Es cierto que no son pocos los que intuyen el tipo de regalo nada más ver el paquete y que muchos de esos se alegran de que sea lo que han imaginado que sería. Ello es cierto. Entonces el sofá, la cama, una silla o simplemente el atril del cuerpo propio se convierten en escenarios de lectura.
Sin embargo, tampoco son pocos los que sentirán una punzada de desilusión. ¡Cuántos niños y niñas pensarán en lo triste de los regalos prácticos o «políticiamente correctos» frente a lo divertido de los regalos de algunas de sus amistades»! Y si solo lo pensasen los que no son adultos... Es por ello que, al poco de pasar las navidades, muchos de esos paquetes -tristemente desabrigados del papel de regalo, a veces olvidados durante un breve tiempo, o incluso magullados por el desdén de un poco cuidadoso trato- acaban en las tiendas de segunda mano y en las librerías de viejo. Casi podríamos hablar de libros «viejóvenes», aunque por respeto y amor hacia ellos, yo prefiero etiquetarlos como «libros dañados». El desprecio que sienten hacia ellos las personas que deberían amarlos y leerlos es como una daga que hiere, al igual daña el desprecio de una persona hacia otra.
Es entonces, pasadas ya las navidades -a veces uno, dos o tres meses después-, cuando inicio mi periplo salvador. Visito esos asilos, esos lugares del olvido, esas librerías que a veces se ocultan en estrechos bajos o calles perdidas. Me gusta entonces regalarme lo que en Navidad no he querido regalarme. Quiero ese libro con una dedicatoria especial, esa obrilla entregada con el mayor de los cariños y también el libro que fue adquirido en el apuro de salir del paso y recibido con un desinterés inmerecido. Quiero ver aquellos volúmenes para los que otros apenas han mirado. Quiero leer páginas que seguramente nunca se han separado unas de otras.
Me gustan los libros nuevos y relucientes, por supuesto. Se aceptan regalos nuevos y dedicados. También regalos de libros por compromiso o interesado. Por supuesto que si... Les dejaría aquí ahora mismo mi dirección postal (me la preguntan si me desean regalar un libro). Pero he de reconocer que la magia del libro que fue de otro, del libro regalado y despreciado, del «libro dañado», del libro que por casualidad llega a tus manos aunque en origen no era para ti... es una magia especial. Lo que en un principio podía ser un objeto donde lo fundamental era su contenido, sus páginas, sus mil historias, mantiene ese valor pero adquiere otro. Adquiere el valor de lo que circula, de lo que tienen una historia en si misma por contar... Porque esos «libros dañados» me cuentan historias. Las que en ellos escribieron sus autores y las que esos libros han vivido. En mi biblioteca todos los libros cuentan historias. Me las cuentan al leerlos, me las cuentan al verlos y tocarlos. Todos son fruto de un momento. Todos han tenido su propia historia. A todos quiero, a todos añoro.
A estas alturas, no pocos libros relucientes estarán ya empaquetados y listos para ser entregados. Algunos serán recibidos con ilusión y agrado. Pero otros -meu pobriños libros- están llamado a convertirse en libros despreciados y olvidados, en «libros dañados». Ojalá pueda rescataros a algunos. Ojalá pueda recibirlos y acogerlos.
Así que ya sabes... antes de despreciar un libro, de «dañarlo», escribe en su portada interior de quién vino y por qué no lo quieres y envíamelo... yo soy el amante de los «libros dañados»...