No creo que la historia -como disciplina- sea especialmente necesaria para la sociedad y deba ser sustentada con fondos públicos...
-...si solo sirve para que un conjunto «exclusivo» de personas, l@s historiadores/as de vida académica, vivan de ella sin ofrecer a la sociedad, que es la que realmente financia su vida profesional a través de instituciones y convocatorias de proyectos y contratos de carácter público, los resultados de sus investigaciones o una síntesis interpretativa, crítica y actualizada de las investigaciones y avances ofrecidos por la propia comunidad de historiadores/as.
-...si termina por convertirse en una carrera de élites culturales preocupadas exclusivamente por conformar currículos que les permitan reivindicarse sobre los demás y sobre sus propios colegas en un cursus honorum que no tiene más finalidad que el cultivo del ego y no el de la propia disciplina. Si esta pasa a ser lo secundario para un/a historiador/a -lo cual puede ser lícito a nivel personal-, deberíamos pensar que la sociedad en su conjunto no debería invertir en ello. El dinero público debe financiar fundamentalmente la disciplina, la historia, no tanto a sus cultivadores, l@s historiadores/as.
-...si no se tiene en cuenta la necesidad y estrecha relación entre la docencia y la investigación como obligación de la comunidad de historiadores/as. Porque sí, en el ámbito de la historia no solo se enseña lo ya escrito sobre el pasado sino que también se investiga y se avanza mediante la investigación, como en cualquier disciplina, aunque no sea con la misma metodología científica que una persona que dedica sus esfuerzos investigadores a áreas como la física, la química o la biomedicina. En historia no hay un laboratorio de ensayos, pero sí la necesidad de unos materiales -fuentes históricas de diversa naturaleza: arqueológicas, documentales, artísticas, orales...-, de una metodología crítica -con la dificultad que entraña el hecho de que las acciones humanas no son fácilmente transformables en leyes y principios matemáticos o puramente objetivos o mecánicos- y de un análisis concienzudo y honesto del que extraer conclusiones sobre causas, consecuencias, procesos etc. En todo caso, mientras algun@s historiadores/as se pueden centrar más en la investigación y otr@s en la docencia -los niveles educativos en parte marcan esta realidad-, los dos son elementos esenciales que, en caso de no armonizarse a nivel general, y más cuando hablamos de ámbitos como la universidad (en este nivel educativo deberían equilibrarse especialmente la docencia y la investigación, formando al mismo tiempo a docentes y/o investigadores de la historia), harán de la disciplina un fracaso. Una historia sin investigación se anquilosará y una historia sin docencia (actualizada y rigurosa) se mostrará igualmente a la sociedad como una realidad anquilosada aunque se esté avanzando en ella en determinados círculos -en las torres de marfil en las que se encierran much@s investigadores/as-. Porque volvemos a invocar el principio de que «lo que no se divulga no existe». En todo caso, una persona más centrada en la docencia está obligada a actualizarse -a leer permanentemente a sus colegas y no solo lo que leyó en su período formativo o en las investigaciones que esa misma persona pudo haber llevado a cabo en su vida como investigador/a de la historia- y una persona centrada en la investigación debería estar obligada a ofrecer mediante publicaciones, conferencias, cursos etc lo máximo posible a sus colegas para que se difundan los avances conseguidos dentro de la disciplina.
-...si las publicaciones se dirigen solo a l@s especialistas y l@s propi@s investigadores/as declinan divulgar y transferir a la sociedad lo que investigan. Es absurdo quejarse después de que otr@s -sobre todo sin formación histórica- desempeñan esa función y la llevan a cabo mal, si nos mantenemos «enseñoreados» en una torre de marfil. Al final, acaba siendo lícito que otr@s suplan a l@s historiadores/as ante la demanda social de la historia. El propio éxito de la novela histórica -tantas veces criticada por algun@s historiadores/as, aunque practicada por otr@s- refleja la necesidad que siente la comunidad por conocer la historia, sobre todo SU historia. Eso sí, mientras haya profesionales de la historia dispuest@s a llevar a cabo esa tarea divulgadora, las entidades públicas deberían echar mano de l@s mism@s para llevar a cabo esta tarea, más si previamente se ha invertido dinero público en formar a esa gente. En este sentido, deberíamos reivindicar y dignificar la propia tarea de l@s investigadores/as y profesionales de la historia, muchas veces menospreciados por el propio sistema al optar este por profesionales de otros ámbitos mejor adaptados, tal vez, a sus intereses discursivos y/o ideológicos. Quien suele divulgar un saber con mayor acierto es quien lo practica o al menos quien está formado para practicarlo. En sí mismo ello no es garantía de nada, pero creo que debería apostarse por explorar dicha vía.
-...si caemos en la trampa de no publicar en abierto cuanto se hace, avanza y escribe gracias al dinero público y aun por encima se apuesta por publicar en revistas y editoriales que ponen trabas a ese acceso en abierto. ¿No supone ello transformar el dinero público en beneficios privados que obstaculizan el fin social de la historia? No parece estar muy alejado de la malversación de fondos públicos el pagar investigaciones y libros cuyos beneficios, al final, solo redundan en quienes los venden y explotan, negándose el acceso abierto al conjunto de la ciudadanía que, sin embargo, es la que financia dichas ediciones e investigaciones con sus impuestos. Tal vez debería explorarse la opción de crear editoriales públicas de calidad que permitan combinar el acceso en abierto con publicar en sitios que sigan siendo bien considerados por los evaluadores -aunque también debería revisarse, a mi entender, el criterio de suponer que donde se publica siempre determina la calidad de la investigación (es un criterio que facilita el trabajo de las agencias de evaluación pero no siempre parece el más serio y oportuno)-.También, y más en un ámbito humanístico como el de la historia, deberíamos ser sensibles a divulgar en la(s) lengua(s) de la sociedad que financia esas investigaciones y no solo en la(s) que nos permita(n) ser más y mejor reconocidos y citados dentro -solo dentro- de la Academia. De lo contrario, aparte de contribuir a la distancia entre la historia y la sociedad que es la que la crea -y no solo la sustenta con sus impuestos-, actuaremos hacia una homogenización cultural que, paradójicamente, valoraríamos como perniciosa en otros contextos desde nuestra consideración como humanistas. Ello no contradice, sin embargo, el esfuerzo complementario por difundir el conocimiento a través de las principales lenguas de comunicación científica. Insisto, «los que no se divulga, no existe». El peligro radica en creer que solo esa vía es la adecuada para expresar y divulgar el conocimiento. La necesaria internacionalización no debería llevarnos ni a descuidar el ámbito más próximo a nuestras investigaciones ni la importancia de contribuir al saber desde la heterogenidad de las formas, los modos y las expresiones. El saber, y no exclusivamente sus formas de expresión, debería ser lo principal una vez más. Y caminar hacia una única forma de encaminar la investigación -en sus temas, métodos, lenguas y formas- no creo que sea positivo en ningún caso.
-...si en lugar de colaborar entre colegas dedicados a temas similares, aunque sea desde perspectivas diferentes (pero todos ellos sustentados con fondos públicos), estos se dan la espalda, se ponen trabas y se bloquean entre sí, como si la historia fuese un coto privado. Diferentes interpretaciones no deberían sino animar a la colaboración conjunta para ofrecer a los demás investigadores y a la sociedad en su conjunto una visión amplia y no sesgada o ideologizada de la historia y de los problemas y procesos históricos. Financiar grupos similares debería servir de aliciente y obligación para colaboraciones conjuntas.
-...si traicionamos el principio, muchas veces invocado -¿pero cada vez más escasamente practicado?-, de que las carreras humanísticas como la historia han de contribuir muy notablemente al pensamiento crítico, en lugar de al adoctrinamiento. De todos modos, si l@s historiadores/as practican una vida académica aún en buena medida de corte caciquil (eso sí, construida sobre dinero público, que es el que menos parece doler al individuo concreto que hace uso de él) es difícil que se construyan carreras académicas solventes con protagonistas e investigaciones que gocen de las ventajas de la independencia intelectual. Lo financiado por tod@s debería reivindicar esa independencia y valorar la enorme fortuna de no tener que responder a los intereses de unos pocos.
-...si el objetivo último es la «titulitis», pero no el saber. Los/as historiadores/as deberíamos ser valorados por lo que sabemos, no por los diplomas conseguidos. Si el objetivo es un mero título para entrar en el sistema pero para este cada vez se exige menos -lo más importante parecen ser las tasas de éxito valoradas en números y en egresados de los programas de grado, máster o doctorado, o una consecución a veces ilógica de méritos, pero solo aquellos «justificados» a través de unos certificados en ocasiones expedidos por una especie de máquina de producción burocrática en serie-, al final nos estamos olvidando, una vez más, de que lo importante es -o debería ser- el saber, la disciplina... Otra cosas es que cada título reflejase fehacientemente lo que consta en él. No obstante, se sabe que fallan los mecanismos de control en beneficio de los números y las cifras. También se sabe que los títulos no reflejan en buena medida los conocimientos sino la adecuación de los titulados al sistema de obtención de esos títulos. Incluso se potencia el sistema, priorizando la obtención de titulados a la obtención de gente con conocimientos, en beneficio de los resultados numéricos con los que cubrir los informes anuales, cuatrimestrales etc. ¡Cuántas veces se escucha eso de bajar el nivel o cómo ha ido bajando, y no sin falta de razón! Por otra parte, si la cantidad es mejor que la calidad por ser más fácilmente sometida al control de las agencias «de calidad» (¿o agencias de cantidad?), entonces estoy seguro de que acabaremos sacrificando el futuro de la historia como disciplina o saber susceptible de avanzar, reformarse y contribuir a la sociedad. Ser historiador debería ser el orgullo y objetivo último, y no tanto ser el mero titulado (graduad@, magister, doctor/a) en historia pero con un escaso aprendizaje de la metodología, de las fuentes, de los problemas y de las posibilidades de la investigación y la docencia en el ámbito de la historia. Porque pasar, pasa...
-...si un grupo cada vez mayor de historiadores/as solo ve la historia como un trabajo que le permitirá acceder al funcionariado, a la deseada plaza de por vida, no como una vocación o una forma de servicio a la comunidad -bien por medio de la docencia, bien por medio de la investigación, o bien por medio de ambas-. De nuevo ello implica el cultivo de un ego y una opción personal que, si bien tiene sentido en el proyecto de una vida, no debería tenerlo en los proyectos de construcción de lo público.
-...si ese funcionariado no se actualiza, no tiene curiosidad -¡cuán importante es esta en nuestro ámbito!-, no busca una investigación y una docencia de calidad y si no contribuye a la formación de nuevas generaciones con el objetivo de que estas superen sus logros en lugar de buscar meros seguidores que los endiosen y contribuyan, no al avance de la disciplina, sino al cultivo de la memoria de los maestros. Todo ello contribuirá al ya citado anquilosamiento de la historia y a que sea un derroche invertir en ella.
-...si se trata de financiar solo lo que interesa a determinados partidos políticos o corrientes ideológicas, o solo determinadas formas de interpretar la historia o temáticas concretas impulsadas por grupos de poder específicos o modas dentro de la Academia y de las Agencias de Calidad (¿o de Cantidad?). Evidentemente, cualquier sociedad tiende a priorizar determinados temas, pero cuando dentro de las convocatorias públicas se proponen investigaciones diferentes, mientras sean solventes y se presenten ajustadas a los criterios de rigurosidad dentro de la disciplina, tal vez debería pensarse en lo beneficioso de contar con enfoques, temáticas e investigaciones plurales. De lo contrario, tendemos a la conformación de ortodoxias que acostumbran a anquilosarse y a condenar a lo heterodoxo -que no es necesariamente inútil o erróneo- a la extinción. Es de la disidencia de donde muchas veces surge el avance real. La diversidad derivada de la libertad dentro del rigor investigador (y docente) debería verse como un beneficio para cualquier disciplina. En este sentido, l@s evaluadores/as de convocatorias públicas -y podría saber para los evaluadores del sistema de revisión por pares ciegos- siempre deberían tener en cuenta que un proyecto que no se ajuste a nuestros intereses o gustos personales no tiene por que ser valorado negativamente o de forma secundaria. Es difícil abstraerse del ego a cualquier nivel pero el esfuerzo es necesario si queremos luchar, en todo momento, contra el pensamiento único. ¿No apoyaría antes a una persona que quiera investigar un tema de mi interés desde otra perspectiva distinta a la mía en lugar de criticar precisamente que no lo haga como lo haría yo? En todo caso, cualquier/a evaluador/a debería asumir este papel desde la generosidad y la voluntad de ser constructivo, de ahí la necesidad de opiniones razonadas y detenidas. Si el objetivo es ir contra otr@s o contra los que piensan diferente, estamos actuando no en beneficio del conjunto social, siempre diverso y ello no creo que sea ni útil ni inteligente.
-...si la historia se convierte en un saber anecdótico, un mero entretenimiento o una «ciencia» (¡oh, la trampa de la añoranza por ser ciencia, frente al complejo de no serlo!), alejada completamente de la sociedad y de las inquietudes y problemas de esta.
Y es que, al final, temo que llegará el día en el que no pocos dirán: ¿por qué y para qué financiar con el dinero de tod@s a un@s cuant@s historiadores/as si est@s han hecho de la historia un dominio privado del que vivir solo ell@s sin ofrecer al conjunto de la sociedad los avances de una disciplina que, como cualquiera otra que esté siendo apoyada públicamente, debería seguir avanzando en beneficio no solo del propio saber sino de tod@s? En todo caso, si la historia solo es para beneficio de l@s historiadores/as, deberían ser ellos los que se autogestionasen y autofinanciasen.
Ojalá el futuro de la historia sustentada con fondos públicos -pues otra cosa son los proyectos y esfuerzos desarrollados a nivel privado- no sea tan oscuro como el panorama actual hace pensar...
¿Quién lo sabe? El tiempo dirá...
En todo caso, buena es siempre la reflexión sobre las disciplinas que practicamos y sobre nuestro papel en la sociedad.
-...si solo sirve para que un conjunto «exclusivo» de personas, l@s historiadores/as de vida académica, vivan de ella sin ofrecer a la sociedad, que es la que realmente financia su vida profesional a través de instituciones y convocatorias de proyectos y contratos de carácter público, los resultados de sus investigaciones o una síntesis interpretativa, crítica y actualizada de las investigaciones y avances ofrecidos por la propia comunidad de historiadores/as.
-...si termina por convertirse en una carrera de élites culturales preocupadas exclusivamente por conformar currículos que les permitan reivindicarse sobre los demás y sobre sus propios colegas en un cursus honorum que no tiene más finalidad que el cultivo del ego y no el de la propia disciplina. Si esta pasa a ser lo secundario para un/a historiador/a -lo cual puede ser lícito a nivel personal-, deberíamos pensar que la sociedad en su conjunto no debería invertir en ello. El dinero público debe financiar fundamentalmente la disciplina, la historia, no tanto a sus cultivadores, l@s historiadores/as.
-...si no se tiene en cuenta la necesidad y estrecha relación entre la docencia y la investigación como obligación de la comunidad de historiadores/as. Porque sí, en el ámbito de la historia no solo se enseña lo ya escrito sobre el pasado sino que también se investiga y se avanza mediante la investigación, como en cualquier disciplina, aunque no sea con la misma metodología científica que una persona que dedica sus esfuerzos investigadores a áreas como la física, la química o la biomedicina. En historia no hay un laboratorio de ensayos, pero sí la necesidad de unos materiales -fuentes históricas de diversa naturaleza: arqueológicas, documentales, artísticas, orales...-, de una metodología crítica -con la dificultad que entraña el hecho de que las acciones humanas no son fácilmente transformables en leyes y principios matemáticos o puramente objetivos o mecánicos- y de un análisis concienzudo y honesto del que extraer conclusiones sobre causas, consecuencias, procesos etc. En todo caso, mientras algun@s historiadores/as se pueden centrar más en la investigación y otr@s en la docencia -los niveles educativos en parte marcan esta realidad-, los dos son elementos esenciales que, en caso de no armonizarse a nivel general, y más cuando hablamos de ámbitos como la universidad (en este nivel educativo deberían equilibrarse especialmente la docencia y la investigación, formando al mismo tiempo a docentes y/o investigadores de la historia), harán de la disciplina un fracaso. Una historia sin investigación se anquilosará y una historia sin docencia (actualizada y rigurosa) se mostrará igualmente a la sociedad como una realidad anquilosada aunque se esté avanzando en ella en determinados círculos -en las torres de marfil en las que se encierran much@s investigadores/as-. Porque volvemos a invocar el principio de que «lo que no se divulga no existe». En todo caso, una persona más centrada en la docencia está obligada a actualizarse -a leer permanentemente a sus colegas y no solo lo que leyó en su período formativo o en las investigaciones que esa misma persona pudo haber llevado a cabo en su vida como investigador/a de la historia- y una persona centrada en la investigación debería estar obligada a ofrecer mediante publicaciones, conferencias, cursos etc lo máximo posible a sus colegas para que se difundan los avances conseguidos dentro de la disciplina.
-...si las publicaciones se dirigen solo a l@s especialistas y l@s propi@s investigadores/as declinan divulgar y transferir a la sociedad lo que investigan. Es absurdo quejarse después de que otr@s -sobre todo sin formación histórica- desempeñan esa función y la llevan a cabo mal, si nos mantenemos «enseñoreados» en una torre de marfil. Al final, acaba siendo lícito que otr@s suplan a l@s historiadores/as ante la demanda social de la historia. El propio éxito de la novela histórica -tantas veces criticada por algun@s historiadores/as, aunque practicada por otr@s- refleja la necesidad que siente la comunidad por conocer la historia, sobre todo SU historia. Eso sí, mientras haya profesionales de la historia dispuest@s a llevar a cabo esa tarea divulgadora, las entidades públicas deberían echar mano de l@s mism@s para llevar a cabo esta tarea, más si previamente se ha invertido dinero público en formar a esa gente. En este sentido, deberíamos reivindicar y dignificar la propia tarea de l@s investigadores/as y profesionales de la historia, muchas veces menospreciados por el propio sistema al optar este por profesionales de otros ámbitos mejor adaptados, tal vez, a sus intereses discursivos y/o ideológicos. Quien suele divulgar un saber con mayor acierto es quien lo practica o al menos quien está formado para practicarlo. En sí mismo ello no es garantía de nada, pero creo que debería apostarse por explorar dicha vía.
-...si caemos en la trampa de no publicar en abierto cuanto se hace, avanza y escribe gracias al dinero público y aun por encima se apuesta por publicar en revistas y editoriales que ponen trabas a ese acceso en abierto. ¿No supone ello transformar el dinero público en beneficios privados que obstaculizan el fin social de la historia? No parece estar muy alejado de la malversación de fondos públicos el pagar investigaciones y libros cuyos beneficios, al final, solo redundan en quienes los venden y explotan, negándose el acceso abierto al conjunto de la ciudadanía que, sin embargo, es la que financia dichas ediciones e investigaciones con sus impuestos. Tal vez debería explorarse la opción de crear editoriales públicas de calidad que permitan combinar el acceso en abierto con publicar en sitios que sigan siendo bien considerados por los evaluadores -aunque también debería revisarse, a mi entender, el criterio de suponer que donde se publica siempre determina la calidad de la investigación (es un criterio que facilita el trabajo de las agencias de evaluación pero no siempre parece el más serio y oportuno)-.También, y más en un ámbito humanístico como el de la historia, deberíamos ser sensibles a divulgar en la(s) lengua(s) de la sociedad que financia esas investigaciones y no solo en la(s) que nos permita(n) ser más y mejor reconocidos y citados dentro -solo dentro- de la Academia. De lo contrario, aparte de contribuir a la distancia entre la historia y la sociedad que es la que la crea -y no solo la sustenta con sus impuestos-, actuaremos hacia una homogenización cultural que, paradójicamente, valoraríamos como perniciosa en otros contextos desde nuestra consideración como humanistas. Ello no contradice, sin embargo, el esfuerzo complementario por difundir el conocimiento a través de las principales lenguas de comunicación científica. Insisto, «los que no se divulga, no existe». El peligro radica en creer que solo esa vía es la adecuada para expresar y divulgar el conocimiento. La necesaria internacionalización no debería llevarnos ni a descuidar el ámbito más próximo a nuestras investigaciones ni la importancia de contribuir al saber desde la heterogenidad de las formas, los modos y las expresiones. El saber, y no exclusivamente sus formas de expresión, debería ser lo principal una vez más. Y caminar hacia una única forma de encaminar la investigación -en sus temas, métodos, lenguas y formas- no creo que sea positivo en ningún caso.
-...si en lugar de colaborar entre colegas dedicados a temas similares, aunque sea desde perspectivas diferentes (pero todos ellos sustentados con fondos públicos), estos se dan la espalda, se ponen trabas y se bloquean entre sí, como si la historia fuese un coto privado. Diferentes interpretaciones no deberían sino animar a la colaboración conjunta para ofrecer a los demás investigadores y a la sociedad en su conjunto una visión amplia y no sesgada o ideologizada de la historia y de los problemas y procesos históricos. Financiar grupos similares debería servir de aliciente y obligación para colaboraciones conjuntas.
-...si traicionamos el principio, muchas veces invocado -¿pero cada vez más escasamente practicado?-, de que las carreras humanísticas como la historia han de contribuir muy notablemente al pensamiento crítico, en lugar de al adoctrinamiento. De todos modos, si l@s historiadores/as practican una vida académica aún en buena medida de corte caciquil (eso sí, construida sobre dinero público, que es el que menos parece doler al individuo concreto que hace uso de él) es difícil que se construyan carreras académicas solventes con protagonistas e investigaciones que gocen de las ventajas de la independencia intelectual. Lo financiado por tod@s debería reivindicar esa independencia y valorar la enorme fortuna de no tener que responder a los intereses de unos pocos.
-...si el objetivo último es la «titulitis», pero no el saber. Los/as historiadores/as deberíamos ser valorados por lo que sabemos, no por los diplomas conseguidos. Si el objetivo es un mero título para entrar en el sistema pero para este cada vez se exige menos -lo más importante parecen ser las tasas de éxito valoradas en números y en egresados de los programas de grado, máster o doctorado, o una consecución a veces ilógica de méritos, pero solo aquellos «justificados» a través de unos certificados en ocasiones expedidos por una especie de máquina de producción burocrática en serie-, al final nos estamos olvidando, una vez más, de que lo importante es -o debería ser- el saber, la disciplina... Otra cosas es que cada título reflejase fehacientemente lo que consta en él. No obstante, se sabe que fallan los mecanismos de control en beneficio de los números y las cifras. También se sabe que los títulos no reflejan en buena medida los conocimientos sino la adecuación de los titulados al sistema de obtención de esos títulos. Incluso se potencia el sistema, priorizando la obtención de titulados a la obtención de gente con conocimientos, en beneficio de los resultados numéricos con los que cubrir los informes anuales, cuatrimestrales etc. ¡Cuántas veces se escucha eso de bajar el nivel o cómo ha ido bajando, y no sin falta de razón! Por otra parte, si la cantidad es mejor que la calidad por ser más fácilmente sometida al control de las agencias «de calidad» (¿o agencias de cantidad?), entonces estoy seguro de que acabaremos sacrificando el futuro de la historia como disciplina o saber susceptible de avanzar, reformarse y contribuir a la sociedad. Ser historiador debería ser el orgullo y objetivo último, y no tanto ser el mero titulado (graduad@, magister, doctor/a) en historia pero con un escaso aprendizaje de la metodología, de las fuentes, de los problemas y de las posibilidades de la investigación y la docencia en el ámbito de la historia. Porque pasar, pasa...
-...si un grupo cada vez mayor de historiadores/as solo ve la historia como un trabajo que le permitirá acceder al funcionariado, a la deseada plaza de por vida, no como una vocación o una forma de servicio a la comunidad -bien por medio de la docencia, bien por medio de la investigación, o bien por medio de ambas-. De nuevo ello implica el cultivo de un ego y una opción personal que, si bien tiene sentido en el proyecto de una vida, no debería tenerlo en los proyectos de construcción de lo público.
-...si ese funcionariado no se actualiza, no tiene curiosidad -¡cuán importante es esta en nuestro ámbito!-, no busca una investigación y una docencia de calidad y si no contribuye a la formación de nuevas generaciones con el objetivo de que estas superen sus logros en lugar de buscar meros seguidores que los endiosen y contribuyan, no al avance de la disciplina, sino al cultivo de la memoria de los maestros. Todo ello contribuirá al ya citado anquilosamiento de la historia y a que sea un derroche invertir en ella.
-...si se trata de financiar solo lo que interesa a determinados partidos políticos o corrientes ideológicas, o solo determinadas formas de interpretar la historia o temáticas concretas impulsadas por grupos de poder específicos o modas dentro de la Academia y de las Agencias de Calidad (¿o de Cantidad?). Evidentemente, cualquier sociedad tiende a priorizar determinados temas, pero cuando dentro de las convocatorias públicas se proponen investigaciones diferentes, mientras sean solventes y se presenten ajustadas a los criterios de rigurosidad dentro de la disciplina, tal vez debería pensarse en lo beneficioso de contar con enfoques, temáticas e investigaciones plurales. De lo contrario, tendemos a la conformación de ortodoxias que acostumbran a anquilosarse y a condenar a lo heterodoxo -que no es necesariamente inútil o erróneo- a la extinción. Es de la disidencia de donde muchas veces surge el avance real. La diversidad derivada de la libertad dentro del rigor investigador (y docente) debería verse como un beneficio para cualquier disciplina. En este sentido, l@s evaluadores/as de convocatorias públicas -y podría saber para los evaluadores del sistema de revisión por pares ciegos- siempre deberían tener en cuenta que un proyecto que no se ajuste a nuestros intereses o gustos personales no tiene por que ser valorado negativamente o de forma secundaria. Es difícil abstraerse del ego a cualquier nivel pero el esfuerzo es necesario si queremos luchar, en todo momento, contra el pensamiento único. ¿No apoyaría antes a una persona que quiera investigar un tema de mi interés desde otra perspectiva distinta a la mía en lugar de criticar precisamente que no lo haga como lo haría yo? En todo caso, cualquier/a evaluador/a debería asumir este papel desde la generosidad y la voluntad de ser constructivo, de ahí la necesidad de opiniones razonadas y detenidas. Si el objetivo es ir contra otr@s o contra los que piensan diferente, estamos actuando no en beneficio del conjunto social, siempre diverso y ello no creo que sea ni útil ni inteligente.
-...si la historia se convierte en un saber anecdótico, un mero entretenimiento o una «ciencia» (¡oh, la trampa de la añoranza por ser ciencia, frente al complejo de no serlo!), alejada completamente de la sociedad y de las inquietudes y problemas de esta.
Y es que, al final, temo que llegará el día en el que no pocos dirán: ¿por qué y para qué financiar con el dinero de tod@s a un@s cuant@s historiadores/as si est@s han hecho de la historia un dominio privado del que vivir solo ell@s sin ofrecer al conjunto de la sociedad los avances de una disciplina que, como cualquiera otra que esté siendo apoyada públicamente, debería seguir avanzando en beneficio no solo del propio saber sino de tod@s? En todo caso, si la historia solo es para beneficio de l@s historiadores/as, deberían ser ellos los que se autogestionasen y autofinanciasen.
Ojalá el futuro de la historia sustentada con fondos públicos -pues otra cosa son los proyectos y esfuerzos desarrollados a nivel privado- no sea tan oscuro como el panorama actual hace pensar...
¿Quién lo sabe? El tiempo dirá...
En todo caso, buena es siempre la reflexión sobre las disciplinas que practicamos y sobre nuestro papel en la sociedad.